La nube de polvo que levanta nuestro vehículo se eleva más de 100 metros y nos sigue durante medio kilometro. El calor intenso embota los sentidos y la temperatura llega a 45°C en la sombra. Estamos en el desierto chihuahuense en un mundo de extensas planicies, donde abundan nopales violetas, choyas, gobernadora y ocotillo; es un lugar donde vagan coyotes, liebres, ratas canguro y los últimos vástagos de un fósil viviente, la tortuga del desierto. Por ello, el área se protege como Reserva de la Biosfera de Mapimi, donde el Instituto de Estudios del Desierto del estado de Durango, investiga y protege el ambiente con su flora y fauna única.
Este semidesierto donde reina el silencio por de más de 50 km cuadrados, lo delimita la Sierra del Diablo y el cerro San Ignacio, y crea la famosa Zona del Silencio, ubicada en los límites de Coahuila, Durango y Chihuahua. Es un lugar mágico, al que se le atribuyen puntos magnéticos con cierta atracción de cuerpos celestes errantes; donde se ha reportado que las ondas de radio desaparecen y las brújulas se perturban; hay desaparición de aeronaves y avistamientos de Ovnis, plantas extrañas, y mucho más. Quizá todo se debe a la lejanía del área, la ausencia de luces artificiales, que las señales de radio y televisión tienen poca potencia, dicha zona puede ser rica en hierro.
La Zona del Silencio fue reportada por primera vez en los años 30’s por el piloto Francisco Sarabia, quien afirmó que su radio falló mientras sobrevolaba la zona. Después en 1966 el Ingeniero Harry de la Peña, la bautizó como la “Zona del Silencio”, pues vio que las ondas de radio que enviaba, se perdían. En 1969 cayó el “Meteorito de Allende” que contenía material más antiguo que nuestro sistema solar según la revista Scientific American, y por la época Wernher Von Braun, dijo que la NASA tenía interés en establecer una “estación de observación, radar, computadoras electrónicas, telescopio óptico, radiotelescopio y centro de investigación”. El mismo año, el 11 de Julio a las 02:00 horas cayó el Cohete “Athena” a ocho kilómetros del cerro San Ignacio.
Es un lugar con antecedentes ligados al espacio, que ofrece una vista nocturna espectacular, se aprecia la Vía Láctea, miles de estrellas brillantes, el paso de satélites artificiales, aviones, cometas, meteoritos y lluvias de estrellas. Según Juan José Benítez (Caballo de Troya), varios residentes de la zona han sido testigos de avistamientos de extraños objetos brillantes. No es el único, ahora, cada año más de 2,500 personas visitan la región, unos para ver la naturaleza y buscan puntas de flecha, fósiles o restos arqueológicos; otros quieren contactar a extraterrestres, unos más están en busca de si mismos o realizan ritos para conexiones intergalácticas; pero todos llegan atraídos por el gran magnetismo natural del lugar, y seguramente más por los mitos y leyendas que prevalecen alrededor de esta apacible Zona del Silencio.